martes, 14 de octubre de 2008

bioética

Texto 23
La Bioética.

El desarrollo científico y técnico ha aportado a la humanidad indudables beneficios, tales como la posibilidad de superar la miseria de vastos sectores de la población mundial, la de elevar los niveles de educación y salud. Sin embargo, genera también problemas morales inéditos relacionados con posibles daños irreversibles a la vida humana individual y/o de la especie. La bioética consiste, precisamente, en una reflexión ética aplicada a esos problemas relacionados con la manipulación técnica de la vida y del medio ambiente.
Varios de esos problemas dicen relación con dos etapas de la vida humana. En relación a la primera etapa, se generan interrogantes referentes al estatuto ontológico del embrión; vale decir, acerca de cuál sería el momento del desarrollo en que debe considerárselo como ser humano y, por consiguiente, como sujeto de derechos tales como el de protección de su vida y su integridad. En relación a la segunda etapa, surgen interrogantes referentes a cuál podría ser el concepto de “muerte digna”, tendiente a evitar tanto una cruel prolongación artificial de la vida humana como atentados contra la vida de enfermos cuya debilidad misma exige especial atención.

Los principios bioéticos y sus raíces en la tradición ética occidental:
A. Principio de autonomía
B. Principio de beneficencia
C. Principio de no-maleficencia
D. Principio de justicia

A. PRINCIPIO DE AUTONOMÍA
En la ética civil, la autonomía se entiende como el derecho que tiene toda persona a formular y desarrollar su proyecto personal de vida de acuerdo a sus propios ideales de perfección y felicidad, siempre que con ello no perjudique a otros.
En el ámbito de la ética médica, la autonomía se entiende como el derecho del paciente a decidir sobre su propio cuerpo y, en general, sobre sí mismo, disponiendo de información adecuada e independientemente de toda coacción. Se hace referencia a este derecho del paciente con el nombre de
“consentimiento informado”.

B. PRINCIPIO DE BENEFICENCIA
Tiene sus raíces en la ética médica: sanar al paciente, lo que implica beneficiarlo.
En el ámbito de la ética civil, el principio de beneficencia se expresa en la noción de que debemos hacer el bien a los demás. Sin embargo, como resulta legítimo que cada uno tenga su propia concepción de lo que es la vida buena y la felicidad, no es fácil definir en qué consiste hacer el bien.

C. PRINCIPIO DE NO-MALEFICENCIA
Reconoce la misma raíz que el principio de beneficencia, con el que originalmente estaba integrado; pero se separa de éste y recibe una formulación independiente cuando se toma conciencia de que la obligación de no hacer daño a otros es más básica y exigente que la de hacerles el bien.
En la ética civil, el principio de no-maleficencia se traduce en el deber fundamental de no hacer daño a los demás, deber que nos es impuesto por la ley como condición indispensable de la vida en sociedad.

D. PRINCIPIO DE JUSTICIA
Proviene de la tradición filosófico-política dentro de la cual se lo ha concebido como la obligación de dar a cada uno lo que le corresponde, teniendo en cuenta la equidad; esto es, considerando los aportes de cada cual al bien común, pero cuidando especialmente que se satisfagan por lo menos las necesidades mínimas de los más postergados.
Los principios de no-maleficencia y de justicia pueden ser considerados como expresión del deber de no discriminación. El primero, ordena la no discriminación en el ámbito biológico, esto es, las personas no deben ser perjudicadas por el hecho de pertenecer a una raza, a un género, a un grupo etario. El segundo, persigue el mismo objetivo en el ámbito social. Los dos, entonces, pueden ser considerados como distintas expresiones del deber de no-maleficencia.
Jerarquía de los principios
Cuando intentamos aplicar estos principios para resolver problemas morales vemos que éstos representan, fundamentalmente, conflictos entre principios. Resolverlos implica la necesidad de elegir, no entre un bien y un mal, lo cual pudiera resultar fácil, sino entre dos bienes; vale decir, nos vemos obligados a otorgar prioridad a un principio en desmedro del otro.
(Texto elaborado por encargo de la Unidad de Currículum y Evaluación, del Ministerio de Educación, para el presente programa de Formación General en Filosofía).

Texto 24

Ética y técnica.

Durante la mayor parte de la historia los seres humanos percibían sus relaciones con el mundo extra-humano como neutras desde el punto de vista valorativo. Lo que tenía relevancia ética eran sus acciones dentro de la ciudad, las relaciones con sus contemporáneos, con sus hijos y, en el mejor de los casos, con sus nietos. Hasta allí llegaba su responsabilidad, porque hasta allí se extendían las posibles consecuencias de su acción.
Consecuentemente, los sistemas morales tendían a la regulación de esas relaciones. Esto se pone de manifiesto, por ejemplo, en el imperativo categórico kantiano: trata a la humanidad, ya sea en tu propia persona o en la de otro siempre como un fin, nunca solamente como un medio.
Este imperativo reconoce al ser humano como único fin en sí; esto es, como único ente que no representa un medio para otra cosa. En esto radica precisamente, la dignidad de persona que la ética kantiana le atribuye. De ello se desprende que todo lo existente puede ser utilizado por los seres humanos exclusivamente como medio para sus propios fines. Sin embargo, ello no implica necesariamente que no deban preocuparse de la preservación e integridad del resto de los entes, pero esto no queda explicitado en el imperativo, simplemente porque la acción humana aún no ponía en peligro esa preservación e integridad.
Como consecuencia de lo anterior, podría decirse que la ética tradicional es antropocéntrica, en cuanto atribuye relevancia moral sólo a las relaciones interhumanas. Es, también, inmediatista, en la medida en que los deberes por ella definidos regulan las conductas de quienes comparten un aquí y un ahora, vale decir, de personas cercanas entre sí espacial y temporalmente. Ambas características respondían a las dimensiones de la responsabilidad humana antes de que la técnica moderna modificara los alcances de la acción.
Pero el acrecentamiento del poder derivado del desarrollo científico y técnico trae consigo una expansión de la responsabilidad; ésta abarca ahora todo aquello que se ha hecho vulnerable frente a la acción humana: desde la perspectiva espacial, la biosfera completa, vale decir, el conjunto formado por todos los seres vivos y el medio en el que se desarrollan; desde la perspectiva temporal, la presencia en la tierra de una humanidad futura. Esta nueva situación exige una nueva ética puesto que la acción humana puede ahora poner en peligro las condiciones de posibilidad de la vida en conjunto y ella es, fundamentalmente, una ética de la responsabilidad que debe superar al antropocentrismo y el inmediatismo que caracterizaban a la ética anterior.
Superar el inmediatismo, por otra parte, significa reconocer la obligación moral de respetar la vida de las futuras generaciones humanas, lo que implica la necesidad de preservar sus condiciones de posibilidad; vale decir, el deber de proteger el medio ambiente que sustenta la vida en su conjunto.
Es posible constatar, así, que la ética del medio ambiente es también una bioética de la responsabilidad, que busca regular aquellas consecuencias de la acción humana que pueden afectar irreversiblemente la vida en su conjunto y, por consiguiente, la vida humana.
En esta forma, la superación del antropocentrismo, más que en la eliminación de los seres humanos como referentes últimos de la ética, consistirá en una nueva humildad, derivada del reconocimiento de la estrecha dependencia de los seres humanos respecto del resto de los demás seres vivos.
Estamos hablando aquí de una ética cuyo fundamento sería lo que Hans Jonas llama el “principio de responsabilidad”. El filósofo judío-alemán contemporáneo lo enuncia en los términos de un nuevo “imperativo categórico” que, como el kantiano, manda sin condiciones. Dicho principio ordena lo siguiente: actúa de forma tal que no pongas en peligro la permanencia en la tierra de una vida humana auténtica.
Este nuevo imperativo no pretende anular aquellos de sistemas morales anteriores, cuya validez no se pone en duda cuando se trata de las interrelaciones entre hombres próximos espacial y temporalmente, relaciones que -evidentemente- siguen y seguirán siempre teniendo relevancia ética. Busca, en cambio, complementarlos, dirigiéndose al ámbito de las políticas públicas más que al de las conciencias individuales.
Por otra parte, esta nueva ética, aunque centra su atención en el futuro, no es utópica; esto es, no pretende preparar el advenimiento de un “hombre nuevo”, lo que repetidas veces en la historia ha desembocado en un grave daño para la vida y los derechos de amplios sectores de la humanidad. Por el contrario, es conservadora en la medida en que busca simplemente preservar la presencia de la humanidad sobre la tierra, sin que se modifique su esencia; por eso habla de la preservación de una “vida humana auténtica” y entiende por tal aquella que, por una parte, dispone de un medio ambiente adecuado y que, por otra, no ha desfigurado su herencia mediante la manipulación genética en busca de un ser humano superior.
(Texto elaborado por encargo de la Unidad de Currículum y Evaluación, del Ministerio de Educación, para el presente programa de Formación General en Filosofía).

Texto 25

Técnica, Ética y Responsabilidad.

El auge que ha experimentado la ética aplicada desde el último tercio del siglo XX se debe fundamentalmente al daño del medio ambiente, a la acumulación de desperdicios (nucleares y demás), a las prácticas mercantiles, a los procedimientos médicos con nuevas tecnologías, a la drogadicción. El uso del arma atómica originó uno de los debates más significativos en torno a la ingeniería nuclear y a la ética científica misma. La tecnología ha tenido efecto en la ética, en razón de la transformación que provoca en la acción humana, tanto en su poder, como en la imprevisibilidad de sus consecuencias.
Las nuevas tecnologías (por ejemplo, la exploración del espacio, el arma atómica extraterrestre, los pesqueros de gran capacidad procesadora y las biotecnologías) crean nuevos problemas que requieren normativas especiales.
La idea general que preside una ética aplicada o ética técnica es que siempre hay más de un modo de hacer; más de una solución. Y la cuestión acerca de cuál de ellas elegir tiene que ver con la libertad, con las alternativas de acción y con las secuelas o consecuencias que una u otra alternativa acarrearán para los directamente involucrados y para los eventualmente involucrados, pero también para las generaciones futuras y, eventualmente, en ciertos casos, para la vida humana o para la vida en general.
(Así, por ejemplo, determinadas técnicas tienen efectos sobre la biosfera, sobre la atmósfera, etc).
El entusiasmo ilustrado que generó en el siglo XIX toda una ideología del progreso, dio paso en la segunda mitad del siglo XX a una actitud más cautelosa. Las más graves reservas se asocian con el arma atómica, los experimentos médicos y el reconocimiento de severos daños sobre el medio ambiente y la salud humana. En este contexto se produjo un replanteamiento ético frente a la técnica moderna.
Es así que los propios especialistas se encontraron frente a nuevos dilemas en su actividad profesional, de modo que los biólogos y los médicos, estimulados por casos legales famosos, alimentaron y contribuyeron al desarrollo y a la institucionalización universitaria de la bioética como ramo y como disciplina.
En rigor, todas las profesiones tienen un compromiso ético, pues representan conductas humanas que inciden sobre los demás. Lo propio de la conducta humana es que guarda una referencia con el bien y el mal. Por eso las conductas son esencialmente reguladas, sujetas a normas, aunque éstas no sean expresamente objeto de una regulación legal. Las que no están sujetas a la ley, están normadas por las costumbres. Donde todavía no puede haber la norma de la costumbre, hay un vacío.
Al intentar iluminar los problemas concretos de la biomedicina, el manejo ambiental y la informática, los filósofos han confiado primordialmente en los textos clásicos de la teoría moral, tales como la Ética a Nicómaco de Aristóteles; Los fundamentos de la metafísica de las costumbres de Kant, y
Utilitarismo de John Stuart Mill. Estos textos están desprovistos de referencias explícitas a la tecnología.
Sin embargo, les procuran los puntos de partida y los principios fundamentales, de modo que lo que se conoce como “ética aplicada” es resultado del intento de adaptar los análisis clásicos de la filosofía de la moral a los asuntos técnicos.
Surgen problemas acerca de la confiabilidad de los programas computacionales, acceso democrático, uso ético de la información, etc. Pero no ha habido, por parte de los profesionales de la computación abocados a detectar estos problemas, un examen más sistemático de por qué dichos cambios en la tecnología levantan cuestiones éticas.
Los medios de comunicación electrónicos y su influencia sobre las conciencias alteraron los marcos de discusión, levantando al mismo tiempo la discusión acerca de cómo estos medios gravitan en las decisiones públicas y en el proceso democrático.
(Texto elaborado por encargo de la Unidad de Currículum y Evaluación, del Ministerio de Educación, para el presente programa de Formación General en Filosofía).

La sexualidad humana

La sexualidad es una dimensión fundamental de nuestro ser personal. Esta se desarrolla a lo largo de toda nuestra vida, por lo que decimos que es dinámica. Además de los aspectos biológicos y psicológicos, los factores socioculturales tienen un papel muy importante en esta transformación; su influencia puede ser positiva y propiciar el desarrollo íntegro, pleno, de la persona, ser un vehículo de crecimiento y expresión personal, o por el contrario, restringirlo y coartarlo.

A diferencia de lo que muchos piensan, la sexualidad humana no sólo abarca las relaciones sexuales, los contactos eróticos y la reproducción. Está vinculada con casi todas las áreas de la vida y, por lo mismo, su aceptación y sana vivencia influyen positivamente en la vida general de la persona. La sexualidad es sólo un elemento esencial de nuestro desarrollo y de nuestra identidad. Ella constituye una forma de expresión de nuestro ser y de nuestros sentimientos más íntimos y una forma y un proceso de comunicación. En la vivencia de la sexualidad ponemos en juego los valores que están en la base de nuestro proyecto de vida.

El ser humano es un todo cuyas partes interactúan; la sexualidad es una de ellas y por eso es necesario entenderla de una manera global y como un aspecto inherente a la persona. No es posible aislarla del resto del individuo, ni entenderla como privativa de las personas que mantienen relaciones sexuales coitales.

La sexualidad supone, expresa y participa del misterio integral de la persona. De allí que no se la pueda entender desde una visión reduccionista. Su carácter integral y plurivalente es un rasgo específico y característico. Por ello es necesario aproximarse a su comprensión considerando las distintas dimensiones que la componen:

Dimensión biológica: las diferencias entre el varón y al mujer se imponen por una serie de caracteres morfológicos, sin embargo la distinción biológica entre el hombre y la mujer es mucho más compleja que la configuración descriptiva de la genitalidad. De tal modo que el sexo biológico contempla 5 categorías básicas: la configuración cromosómica; el sexo gonádico; el sexo hormonal, la estructura reproductiva interna y la genitalidad.

Dimensión psicológica: la sexualidad en el ser humano no se limita a ser una “necesidad” (dimensión biológica), sino que se expande en el camino del deseo (dimensión psicológica) llegando a ser vivencia y comportamiento sexual humano. La dimensión psicológica introduce el sentido en la sexualidad humana;. Entre las categorías que incluye esta dimensión está la identidad sexual y el desarrollo sexual.

Dimensión sociocultural: el ser humano es un ser cultural también en su sexualidad; porque tiene una historia, es una historia y construye historia. La tradición la alcanza en la cultura en que vive. Se hace parte de esa historia cuando la asume conscientemente y construye su historia cuando asume la responsabilidad personal y colectiva como ser social frente al momento presente. Existen una serie de espacios y canales de socialización de la sexualidad humana. Entre los más importantes están la familia de origen, la escuela, el grupo de pares, la religión, las normas sociales, los medios de comunicación.

Dimensión ética-filosófica: La sexualidad no es un concepto “abstracto”, la sexualidad se vive, se pone en acción y se juega en las experiencias de la vida diaria, en lo cotidiano. La dimensión ética parte de la noción de la persona, hombre y mujer, como valor en sí misma. Esta va asumiendo a lo largo de su vida diversos valores y se convierte, por lo tanto, en una portadora de ellos, los cuales también jerarquiza a la luz de sus experiencias y vida personal. Constantemente está revisando sus valores y replanteándose su jerarquía, lo que lleva a conformar su conciencia. La ética se convierte así en el contexto valorativo que orienta el ser y el actuar de la persona. Desde allí hace sus opciones y le da un sentido a su vida. En el plano de la sexualidad es justamente la dimensión ética la que en última instancia define cómo va a ser esta vivencia en el individuo. Esto quiere decir que los valores asumidos por la persona se ven reflejados en sus actitudes, sentimientos y comportamientos respecto de lo sexual.

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