martes, 4 de noviembre de 2008

TEXTOS PARA TARBAJAR POR GRUPOS EN CLASES


Lorena Leiva abrera
Prof. Filosofía y Psicología


GRUPO1 :Hacia el encuentro del otro

La elección de un compañero es un acto en el que se encuentran dos personas, para quienes el futuro se convierte en el deseo de desarrollar un plan de vida común. Es un momento decisivo en la vida de un ser humano, ya que implica elegir a alguien con el cual se entrelazará el propio destino; implica optar por una nueva forma de vida. La elección es el fundamento para la formación de una familia; une a dos personas en una relación que es el núcleo alrededor del cual se desarrollará y crecerá la familia. Mientras más sólida sea esta relación, mayores posibilidades habrá de que pueda sostener y afirmar lo que sobre ella se construye.

A menudo, erróneamente, se piensa que la elección de pareja se relaciona con un momento preciso en la vida de dos personas, transformándose luego en un hecho consumado. En parte lo anterior es cierto, hay un momento en el cual la pareja se decide a compartir la vida y esto se experimenta como algo único y definitivo, mas éste no es independiente de lo que se ha vivido anteriormente ni de lo que se vivirá en el futuro. El elegir es fruto de toda la historia y experiencias de una persona. A su vez, en una relación de pareja que crece y se desarrolla, las personas van cambiando, como también la relación. Esto hace que la elección sea algo que se va actualizando a través del tiempo. Supone optar y comprometerse por y con el otro permanentemente

a través del ciclo de vida de la pareja. De lo antes dicho se desprende que es necesario considerar la elección como un proceso, en el cual es importante la evaluación de lo que ha significado la vida en común y sus proyecciones para el futuro.

1. LA PREPARACIÓN PARA EL ENCUENTRO

Si bien la elección de pareja es el comienzo de una vida compartida, es también la culminación de aspectos significativos del desarrollo individual. A través del proceso de desarrollo, el individuo experimenta sus posibilidades de ser en relación con otros.

La primera experiencia de unión, de amor, de cada uno se realiza con la madre. Se inicia a partir de esta relación un largo proceso de crecimiento que implica dependencia y a la vez una necesaria separación que posibilitará el llegar a ser una persona psicológicamente única, íntegra y diferente, pero a la vez abierta y receptiva hacia los demás. Más tarde, a través del desarrollo de la intimidad de la pareja, se produce el proceso opuesto, en que dos llegan a configurar una unidad.

La preparación para el logro de esta intimidad y encuentro con el otro resulta particularmente importante en la edad juvenil. El joven trata de desarrollar aptitudes personales y sexuales para una vida de pareja. Vivirá una fase en que cambia de compañero con frecuencia, porque lo que importa no es tanto el otro como persona total, sino el demostrarse a sí mismo y a los demás su éxito en la conquista (88, 89). Con esto consigue no sólo prestigio y admiración de sus pares, sino que aumenta su propia estima; descubre sus posibilidades de relación, es decir, lo que él significa para los demás y lo que él es capaz de dar en cuanto a cariño, comprensión, lealtad y compromiso; reconoce al mismo tiempo sus propios límites y aprende a conocerse más objetivamente. Pasa del egocentrismo a una percepción más realista de sí mismo, al tiempo que descubre en estas relaciones lo que el otro significa para él y lo que él es capaz de apreciar en el otro, que se ha transformado en un “tú” a quien se anhela y se desea conquistar.

Todas estas experiencias ayudan al joven a tomar decisiones que se convierten en definiciones más nítidas de sí mismo. El conocimiento de sí mismo a través del otro le permite asumir un rol como individuo sexual adulto que se concreta en la posibilidad de una elección de pareja definitiva.

Del mismo modo anterior, experimentando el joven descubre otras dimensiones de su identidad y es así que al probar diversos roles de la vida adulta puede conciliar su concepto de sí mismo con el reconocimiento social, tornar decisiones vocacionales y hacer elecciones adecuadas a sus verdaderas posibilidades.

Por otro lado, cuestionando lo establecido y decantando su experiencia, el joven se forma una idea propia acerca de diversos aspectos de la vida; una postura que es independiente y autónoma de la de sus amigos, familia y sociedad. Afirmado en su nueva identidad logra separarse psicológicamente de su familia, lo que no significa dejar de mantener un compromiso afectivo con ella (27, 39).

Este proceso permite al joven definir la identidad y la integración de una persona en las áreas afectiva, racional y social y le posibilita saber qué compañero elegir; elección que excluye otras posibles parejas, estableciendo así una relación de intimidad en la que puede mostrarse sin temor, ya que con la pareja probablemente comparte valores, intereses y formas de enfrentar la vida además de los sentimientos de amor y ternura. Sin embargo, la elección de pareja no siempre se produce, cuando el individuo ha logrado una autoconfiguración que se concreta en una identidad integrada. La unión puede ocurrir en etapas anteriores, lo que señalará y determinará diferentes posibilidades de crecimiento y satisfacción

de la pareja y la familia. Es cierto que existe la posibilidad de cambio y que una relación que comienza débil puede crecer y desarrollarse, sin embargo, el comienzo puede llegar a marcar fuertemente la relación. El grado de desarrollo personal también es importante porque de él se deduce la capacidad de amar del individuo y el tipo de amor que es capaz de experimentar.

GRUPO 2. : LA IMPORTANCIA DEL AMOR

2.1. EL AMOR ROMÁNTICO

El amor romántico es emocional, impulsivo, intenso y con gran fuerza dinámica; es algo que

ocurre y que el sujeto no puede evitar, “pasó, me enamoré”.

• “El enamorado siente una atracción irresistible por el otro. Algo externo, un “no sé qué”, algo en la manera de hablar, de reír del ser amado provoca intensas emociones, siente que

no puede vivir sin él; se le desea y se le teme.

• Este tipo de amor es autorreferente. El enamorado no ve al otro, sino que se ve a sí mismo en el otro.

• Este tipo de amor se da en las personas dependientes, que se sienten incompletas. Personas que ven la relación como un alivio frente al aislamiento; existe en ellas la ilusión de ser

“uno” completo a través del otro. El enamorado usa al otro, tratando de tomar de él lo que le falta. Es por eso que busca la fusión en la cual el “nosotros” anula el “tú” y “yo”.

• Este tipo de amor es propio de los adolescentes que están tan centrados en sí mismos y en la búsqueda de su propia individualidad, que no pueden ver al otro sino a través de sus propias necesidades. Un sentimiento que se ve reforzado por la idealización y el asumir posiciones extremas de “todo o nada” que son facetas tan propias de esta etapa del desarrollo.

Pero también experimentan el amor “romántico” adultos inmaduros cuyo desarrollo no ha superado la etapa del egocentrismo, aun cuando pueden haber logrado definir su identidad en algún área, como por ejemplo en el plano laboral. La propia identidad carece de la solidez necesaria.

Efectivamente, en nuestra cultura existe el mito del amor romántico. De alguna manera se nos enseña que ese es “el” amor (6). Se piensa que no hay amor cuando se acaba la pasión, la excitación, el deseo de poseer al otro, ya que éstos constituyen para muchos los signos distintivos

de su presencia. Si ellos se aplacan, la relación deja de tener sentido. Por otra parte, la educación en los roles sexuales está orientada a desarrollar la limitación y la dependencia (66).

Hombre y mujer van negando aspectos de sí mismos, de tal forma que para ser “uno” tienen que complementarse con el otro. Es cierto que durante los últimos años la situación ha tendido

a hacerse menos rígida en este sentido, sin embargo, aún subsiste muy arraigada la valoración de los papeles diferenciados. Más aun, el machismo muy exacerbado en ciertos sectores sociales consagra la posesión del hombre sobre la mujer y la dependencia de ella.

Por último, muchos procesos amorosos se ven detenidos al nivel del amor romántico, porque las personas hacen suyas una serie de costumbres y valores sociales, particularmente de la sociedad urbana. Es así como el individualismo, la desconfianza, la competencia, el énfasis en el tener, la importancia asignada a lo externo, al poder y la dominación, la rapidez con que se vive, no dan lugar para compartir, para sacarse las máscaras, para “ser”, para compenetrarse consigo mismo y con el otro y darse tiempo para trabajar la relación, requisitos fundamentales para el desarrollo de un amor maduro (17).

2.2. EL AMOR MADURO

El amor maduro es un proceso, no un suceso; es algo que se crea, no algo que se dé solo. Al enamorarse dos personas se produce un estado de armonía que hace que el estar juntos parezca perfecto. Pero este estado de perfecta unidad no dura para siempre. El enamorado ve en un comienzo sólo algunos aspectos del ser amado, pero poco a poco va conociendo de él otras facetas, no siempre positivas.

El amor maduro es un sentimiento estable, reflexivo y profundo. Es un amor activo que proviene de la interioridad del individuo, que siente en sí la capacidad de transformar el mundo; impulsa, permite crecer, motiva a seguir viviendo y da sentido a la vida (32). Es trascendente, altruista, abierto a los intereses y deseos del otro, a quien acoge, respeta y aprecia en su individualidad única. Es responsable y tierno y le interesa que todo lo del otro se desarrolle.

En él, el contacto físico se ve caracterizado por el afecto, la calidez y la cercanía; no hay opresión, sino consenso (17).

En la relación existe una mutua estimulación y apoyo que se cultiva a través de la comunicación abierta y recíproca. Hay una identificación total sin pérdida de la propia individualidad; existe un “tú”, un “yo” y un “nosotros” que se nutren mutuamente. La relación no se encierra en sí misma sino que es abierta a otros (77). Este tipo de amor es el amor de las personas autónomas, con una identidad integrada, en que uno no depende del otro para su autodefinición. En él, la unión es el fruto del ser de dos personas diferentes y completas, separadas, pero en contacto.

Estas personas habitualmente han logrado una confianza básica en las etapas tempranas de su vida que les ha permitido superar las etapas siguientes. Han sido reconocidas y amadas, viviendo en un ambiente en que se valora la solidaridad y el compartir en un medio de respeto entre unos y otros.

El amor es un camino en que el desarrollo personal y de la intimidad de la pareja se nutren mutuamente para aproximarse cada vez más al amor maduro, que va calando poco a poco, de manera crecientemente más profunda, permitiendo una relación de pareja más completa.

GRUPO 3.: ¿POR QUÉ SE ELIGE?

3.1. MOTIVACIONES PARA LA ELECCIÓN

Las motivaciones para la elección de un cónyuge son muchas veces difíciles de definir y explicar.

En grandes líneas se podría decir que dos personas se eligen desde “porque están enamoradas”

hasta “porque les conviene”.

El estar enamorado es en gran parte ajeno a la actividad racional. En la atracción que se

produce entre dos personas hay un “algo” oculto que actúa como radar y que solamente lo

perciben las personas afectadas. Esta fuerza poderosa produce el “click” emocional que llamamos

“química” (73). Una atracción profunda que tiende a ser un proceso inconsciente donde

juegan un papel fundamental las propias inseguridades básicas, producto de las deficiencias,

carencias y traumas de la historia vital de las personas, que las llevan a ubicarse en una determinada

posición y a valorar la posición opuesta (67, 88).

La atracción amorosa, por otro lado, también está regulada por procesos menos profundos,

producto de la historia de socialización de las personas. Este sentirse emocionado puede

estar basado en cualidades más superficiales, que corresponden a algo que la sociedad ha enseñado

a valorar y que son cualidades más externas, aparentes, evidentes (32). Estos factores

provenientes del proceso de socialización también pueden tener un componente inconsciente

en mayor o menor grado, ya que muchos de ellos pueden corresponder a valores que se han

incorporado en la persona aun cuando ella puede no haberlos procesado por sí misma.

Aun cuando los procesos inconscientes pueden designar a quien se ama, se requiere de la

actividad racional para poder juzgar acertadamente con quién se podrá vivir en armonía. En

este sentido, a pesar de que el proceso de elección se basa principalmente en procesos inconscientes,

el juicio consciente interviene después, apreciando de manera lógica las posibilidades

de éxito o fracaso de la elección. Lo que evalúa este proceso “racional consciente” puede ser el

grado de acuerdo en costumbres, valores, metas e ideales, en la forma de enfrentar los problemas,

la concordancia en la apreciación del mundo, la religión, la familia..., de modo que existan

bases para una convivencia en armonía (53). Es especialmente en esta etapa cuando cobra

importancia la presión de las familias de origen, las que con sus actitudes pueden empañar la

atracción inicial.

Se puede concluir entonces que la elección de pareja puede considerar la dimensión puramente

emocional o afectiva, la emocional complementada con la racional y aquella puramente

racional.

3.2. PROCESOS INCONSCIENTES

La atracción amorosa depende, entre otras cosas, de procesos inconscientes, donde las inseguridades

básicas producto de deficiencias, carencias y traumas infantiles son elementos dinámicos

y activos. Estos sentimientos dolorosos y deseos insatisfechos relacionados con la añoranza

de otro ser, tienden a influir en las relaciones humanas de la vida real y en forma muy

especial, en las relaciones que impliquen una ligazón emocional fuerte. Al proyectarse en el

otro, las personas atribuyen a él sentimientos, deseos y añoranzas que les son propios. Este

mecanismo puede ser la base de la elección original de pareja, al escoger una persona que está

disponible y que actúe naturalmente o acepte actuar, al menos parcialmente, aquello que el

otro desea proyectar (67). Las impresiones tales como “él parece tan seguro de sí mismo”, “es

una persona de principios”, “ella siempre consigue lo que quiere de los demás”, podrían ser

claves de deseos y añoranzas secretas, de partes de sí mismo no desarrolladas, que pueden

influir de manera decisiva en el desarrollo de una relación estable. El elegir una pareja es, en

este sentido, encontrar a un otro que pueda suplir lo que a la persona le falta, es encontrar por

lo tanto un complemento. Es así que este proceso se llama complementariedad y siempre conlleva

una condición de opuestos.

GRUPO 4:. COMPLEMENTARIEDAD POSITIVA Y NEGATIVA

En las relaciones donde se da una complementariedad positiva, cada miembro es capaz de

contactar en el otro aquellos aspectos de sí mismo que no ha desarrollado; la imputación que

se pueda hacer en el otro, de aspectos o sentimientos propios no aceptados, ayuda a reconocer

aspectos desconocidos de sí mismo. El experimentar estas facetas como parte de la persona

querida permite disminuir la ansiedad que antes se producía, pudiendo aparecer como aspectos

aceptables que incluso pueden llegar a ser incorporados como propios (67). Existe una

actitud de apertura, de querer comprender, y el hecho de tener el mismo problema hace que

ambos se puedan entender mejor.

La relación que se basa en una complementariedad negativa atrapa a la pareja en un

círculo vicioso; cada uno enfatiza las imperfecciones del otro, tratando que el otro se le asemeje.

La persona que proyecta en el otro aspectos atemorizantes de sí misma por ejemplo, agresión,

depresión pueden llegar a separarse más y más de ellos, forzando así al compañero a

expresarlos cada vez de manera más intensa. No logra reconocer estos aspectos como parte de

sí, sino que ellos le son cada vez más inaceptables, le producen más y más temor, lo que lleva a

la necesidad de atribuirlos con mayor intensidad al otro. Esto hace que las personas queden

atrapadas en su modo de ser y no se permitan el cambio; buscando que el otro cambie, se

empujan así mutuamente hacia los extremos, creando imágenes polarizadas de cada uno. Se

torturan mutuamente, tratando cada uno que el otro solucione el problema que ellos mismos

tienen (67, 73).

En una relación de pareja nunca se dan los extremos de complementariedad positiva o

negativa. En toda relación se presentan elementos de ambas. Mientras más desarrollada esté la

persona con respecto al conocimiento de sí misma y mientras mayor sea su grado de madurez

emocional, más posibilidad habrá de que el encuentro con otro se transforme en una relación

de “canje”, que se complemente positivamente, aun cuando puedan existir aspectos en los que

el ajuste no se produzca (31). Esta relación se establece fundamentalmente sobre la base de

dar y no de tomar del otro. La persona que se encuentra plena, que se siente satisfecha consigo

misma, siente la necesidad de compartir esto con otro, pero el compartir y dar no se orienta

primariamente a recibir. El dar es gratificante, lleva al otro a que también sea un dador y

ambos puedan gozar de una experiencia común y enriquecedora (32).

Por otro lado, la relación tenderá a complementarse en forma negativa en personas menos

desarrolladas, con un débil concepto de sí mismas, con un mayor grado de inmadurez

emocional. Estas personas probablemente han sufrido carencias e insatisfacciones muy fuertes

en etapas de su desarrollo y particularmente en las etapas de su vida temprana.

GRUPO 5. . ¿CÓMO SE ELIGE?

A pesar de que se ha dicho que actualmente la elección recae “solamente” en las decisiones de

la pareja, se podría decir que esta afirmación es cuestionable, por diversas limitaciones que

restringen la elección.

• por un lado el fuerte peso de la socialización, lo que influye en algunos al limitarlos a escoger a

un determinado tipo de hombre o mujer, señalados como atractivos por su grupo.

• Tendencia a elegir a partir de los patrones transmitidos por los padres acerca de lo que

“debe y no debe” gustarle en una pareja. De esta forma, éste tiende a elegir de acuerdo a

esos patrones.

• La definición del papel de la mujer en la elección. Al hombre se lo ha incentivado a una

conducta activa de acercamiento sexual, en cambio a la mujer se le ha reforzado una conducta

más pasiva. La mujer ha estado limitada a ser elegida, el hombre en cambio ha podido

elegir.

4. LOS PASOS HACIA EL VERDADERO COMPROMISO

Previo a una elección de pareja definitiva, hay un período en el cual es común que la mayoría

de los jóvenes establezcan relaciones efímeras, donde se manifiesta una idealización inicial

que da paso rápidamente a la desilusión o el desinterés. Estas mismas experiencias le permitirán

más tarde establecer relaciones más duraderas.

También la relación con la pareja definitiva pasa por varias etapas: el descubrirse y sentirse

atraídos; el vivir un proceso de conocimiento en que se empieza a compartir actividades

en común y en que uno y otro comienzan a dejar entrever su intimidad; la culminación del

proceso para ambos es la decisión de realizar un compromiso de unir sus vidas y de formar una

familia. Esta última es la etapa de noviazgo o de preparación para el matrimonio con la persona

que se ha elegido. La proximidad del matrimonio los lleva a centrarse en las expectativas de

su vida de pareja.

El conocimiento de sí mismo y el conocimiento del otro a través de un proceso de relación,

les permite hacer una evaluación de las posibilidades de éxito, de felicidad o de satisfacción

matrimonial con su pareja. Por otra parte, significa también que cada uno evalúe sus

capacidades para enfrentar el matrimonio, preguntándose si será capaz de mantener económicamente

una familia; si podrá cuidar de su casa y de sus hijos.

Fuente: Elsner P. y otros (1993). La familia una aventura. Ediciones Universidad Católica de Chile. 4ª edición.

martes, 14 de octubre de 2008

bioética

Texto 23
La Bioética.

El desarrollo científico y técnico ha aportado a la humanidad indudables beneficios, tales como la posibilidad de superar la miseria de vastos sectores de la población mundial, la de elevar los niveles de educación y salud. Sin embargo, genera también problemas morales inéditos relacionados con posibles daños irreversibles a la vida humana individual y/o de la especie. La bioética consiste, precisamente, en una reflexión ética aplicada a esos problemas relacionados con la manipulación técnica de la vida y del medio ambiente.
Varios de esos problemas dicen relación con dos etapas de la vida humana. En relación a la primera etapa, se generan interrogantes referentes al estatuto ontológico del embrión; vale decir, acerca de cuál sería el momento del desarrollo en que debe considerárselo como ser humano y, por consiguiente, como sujeto de derechos tales como el de protección de su vida y su integridad. En relación a la segunda etapa, surgen interrogantes referentes a cuál podría ser el concepto de “muerte digna”, tendiente a evitar tanto una cruel prolongación artificial de la vida humana como atentados contra la vida de enfermos cuya debilidad misma exige especial atención.

Los principios bioéticos y sus raíces en la tradición ética occidental:
A. Principio de autonomía
B. Principio de beneficencia
C. Principio de no-maleficencia
D. Principio de justicia

A. PRINCIPIO DE AUTONOMÍA
En la ética civil, la autonomía se entiende como el derecho que tiene toda persona a formular y desarrollar su proyecto personal de vida de acuerdo a sus propios ideales de perfección y felicidad, siempre que con ello no perjudique a otros.
En el ámbito de la ética médica, la autonomía se entiende como el derecho del paciente a decidir sobre su propio cuerpo y, en general, sobre sí mismo, disponiendo de información adecuada e independientemente de toda coacción. Se hace referencia a este derecho del paciente con el nombre de
“consentimiento informado”.

B. PRINCIPIO DE BENEFICENCIA
Tiene sus raíces en la ética médica: sanar al paciente, lo que implica beneficiarlo.
En el ámbito de la ética civil, el principio de beneficencia se expresa en la noción de que debemos hacer el bien a los demás. Sin embargo, como resulta legítimo que cada uno tenga su propia concepción de lo que es la vida buena y la felicidad, no es fácil definir en qué consiste hacer el bien.

C. PRINCIPIO DE NO-MALEFICENCIA
Reconoce la misma raíz que el principio de beneficencia, con el que originalmente estaba integrado; pero se separa de éste y recibe una formulación independiente cuando se toma conciencia de que la obligación de no hacer daño a otros es más básica y exigente que la de hacerles el bien.
En la ética civil, el principio de no-maleficencia se traduce en el deber fundamental de no hacer daño a los demás, deber que nos es impuesto por la ley como condición indispensable de la vida en sociedad.

D. PRINCIPIO DE JUSTICIA
Proviene de la tradición filosófico-política dentro de la cual se lo ha concebido como la obligación de dar a cada uno lo que le corresponde, teniendo en cuenta la equidad; esto es, considerando los aportes de cada cual al bien común, pero cuidando especialmente que se satisfagan por lo menos las necesidades mínimas de los más postergados.
Los principios de no-maleficencia y de justicia pueden ser considerados como expresión del deber de no discriminación. El primero, ordena la no discriminación en el ámbito biológico, esto es, las personas no deben ser perjudicadas por el hecho de pertenecer a una raza, a un género, a un grupo etario. El segundo, persigue el mismo objetivo en el ámbito social. Los dos, entonces, pueden ser considerados como distintas expresiones del deber de no-maleficencia.
Jerarquía de los principios
Cuando intentamos aplicar estos principios para resolver problemas morales vemos que éstos representan, fundamentalmente, conflictos entre principios. Resolverlos implica la necesidad de elegir, no entre un bien y un mal, lo cual pudiera resultar fácil, sino entre dos bienes; vale decir, nos vemos obligados a otorgar prioridad a un principio en desmedro del otro.
(Texto elaborado por encargo de la Unidad de Currículum y Evaluación, del Ministerio de Educación, para el presente programa de Formación General en Filosofía).

Texto 24

Ética y técnica.

Durante la mayor parte de la historia los seres humanos percibían sus relaciones con el mundo extra-humano como neutras desde el punto de vista valorativo. Lo que tenía relevancia ética eran sus acciones dentro de la ciudad, las relaciones con sus contemporáneos, con sus hijos y, en el mejor de los casos, con sus nietos. Hasta allí llegaba su responsabilidad, porque hasta allí se extendían las posibles consecuencias de su acción.
Consecuentemente, los sistemas morales tendían a la regulación de esas relaciones. Esto se pone de manifiesto, por ejemplo, en el imperativo categórico kantiano: trata a la humanidad, ya sea en tu propia persona o en la de otro siempre como un fin, nunca solamente como un medio.
Este imperativo reconoce al ser humano como único fin en sí; esto es, como único ente que no representa un medio para otra cosa. En esto radica precisamente, la dignidad de persona que la ética kantiana le atribuye. De ello se desprende que todo lo existente puede ser utilizado por los seres humanos exclusivamente como medio para sus propios fines. Sin embargo, ello no implica necesariamente que no deban preocuparse de la preservación e integridad del resto de los entes, pero esto no queda explicitado en el imperativo, simplemente porque la acción humana aún no ponía en peligro esa preservación e integridad.
Como consecuencia de lo anterior, podría decirse que la ética tradicional es antropocéntrica, en cuanto atribuye relevancia moral sólo a las relaciones interhumanas. Es, también, inmediatista, en la medida en que los deberes por ella definidos regulan las conductas de quienes comparten un aquí y un ahora, vale decir, de personas cercanas entre sí espacial y temporalmente. Ambas características respondían a las dimensiones de la responsabilidad humana antes de que la técnica moderna modificara los alcances de la acción.
Pero el acrecentamiento del poder derivado del desarrollo científico y técnico trae consigo una expansión de la responsabilidad; ésta abarca ahora todo aquello que se ha hecho vulnerable frente a la acción humana: desde la perspectiva espacial, la biosfera completa, vale decir, el conjunto formado por todos los seres vivos y el medio en el que se desarrollan; desde la perspectiva temporal, la presencia en la tierra de una humanidad futura. Esta nueva situación exige una nueva ética puesto que la acción humana puede ahora poner en peligro las condiciones de posibilidad de la vida en conjunto y ella es, fundamentalmente, una ética de la responsabilidad que debe superar al antropocentrismo y el inmediatismo que caracterizaban a la ética anterior.
Superar el inmediatismo, por otra parte, significa reconocer la obligación moral de respetar la vida de las futuras generaciones humanas, lo que implica la necesidad de preservar sus condiciones de posibilidad; vale decir, el deber de proteger el medio ambiente que sustenta la vida en su conjunto.
Es posible constatar, así, que la ética del medio ambiente es también una bioética de la responsabilidad, que busca regular aquellas consecuencias de la acción humana que pueden afectar irreversiblemente la vida en su conjunto y, por consiguiente, la vida humana.
En esta forma, la superación del antropocentrismo, más que en la eliminación de los seres humanos como referentes últimos de la ética, consistirá en una nueva humildad, derivada del reconocimiento de la estrecha dependencia de los seres humanos respecto del resto de los demás seres vivos.
Estamos hablando aquí de una ética cuyo fundamento sería lo que Hans Jonas llama el “principio de responsabilidad”. El filósofo judío-alemán contemporáneo lo enuncia en los términos de un nuevo “imperativo categórico” que, como el kantiano, manda sin condiciones. Dicho principio ordena lo siguiente: actúa de forma tal que no pongas en peligro la permanencia en la tierra de una vida humana auténtica.
Este nuevo imperativo no pretende anular aquellos de sistemas morales anteriores, cuya validez no se pone en duda cuando se trata de las interrelaciones entre hombres próximos espacial y temporalmente, relaciones que -evidentemente- siguen y seguirán siempre teniendo relevancia ética. Busca, en cambio, complementarlos, dirigiéndose al ámbito de las políticas públicas más que al de las conciencias individuales.
Por otra parte, esta nueva ética, aunque centra su atención en el futuro, no es utópica; esto es, no pretende preparar el advenimiento de un “hombre nuevo”, lo que repetidas veces en la historia ha desembocado en un grave daño para la vida y los derechos de amplios sectores de la humanidad. Por el contrario, es conservadora en la medida en que busca simplemente preservar la presencia de la humanidad sobre la tierra, sin que se modifique su esencia; por eso habla de la preservación de una “vida humana auténtica” y entiende por tal aquella que, por una parte, dispone de un medio ambiente adecuado y que, por otra, no ha desfigurado su herencia mediante la manipulación genética en busca de un ser humano superior.
(Texto elaborado por encargo de la Unidad de Currículum y Evaluación, del Ministerio de Educación, para el presente programa de Formación General en Filosofía).

Texto 25

Técnica, Ética y Responsabilidad.

El auge que ha experimentado la ética aplicada desde el último tercio del siglo XX se debe fundamentalmente al daño del medio ambiente, a la acumulación de desperdicios (nucleares y demás), a las prácticas mercantiles, a los procedimientos médicos con nuevas tecnologías, a la drogadicción. El uso del arma atómica originó uno de los debates más significativos en torno a la ingeniería nuclear y a la ética científica misma. La tecnología ha tenido efecto en la ética, en razón de la transformación que provoca en la acción humana, tanto en su poder, como en la imprevisibilidad de sus consecuencias.
Las nuevas tecnologías (por ejemplo, la exploración del espacio, el arma atómica extraterrestre, los pesqueros de gran capacidad procesadora y las biotecnologías) crean nuevos problemas que requieren normativas especiales.
La idea general que preside una ética aplicada o ética técnica es que siempre hay más de un modo de hacer; más de una solución. Y la cuestión acerca de cuál de ellas elegir tiene que ver con la libertad, con las alternativas de acción y con las secuelas o consecuencias que una u otra alternativa acarrearán para los directamente involucrados y para los eventualmente involucrados, pero también para las generaciones futuras y, eventualmente, en ciertos casos, para la vida humana o para la vida en general.
(Así, por ejemplo, determinadas técnicas tienen efectos sobre la biosfera, sobre la atmósfera, etc).
El entusiasmo ilustrado que generó en el siglo XIX toda una ideología del progreso, dio paso en la segunda mitad del siglo XX a una actitud más cautelosa. Las más graves reservas se asocian con el arma atómica, los experimentos médicos y el reconocimiento de severos daños sobre el medio ambiente y la salud humana. En este contexto se produjo un replanteamiento ético frente a la técnica moderna.
Es así que los propios especialistas se encontraron frente a nuevos dilemas en su actividad profesional, de modo que los biólogos y los médicos, estimulados por casos legales famosos, alimentaron y contribuyeron al desarrollo y a la institucionalización universitaria de la bioética como ramo y como disciplina.
En rigor, todas las profesiones tienen un compromiso ético, pues representan conductas humanas que inciden sobre los demás. Lo propio de la conducta humana es que guarda una referencia con el bien y el mal. Por eso las conductas son esencialmente reguladas, sujetas a normas, aunque éstas no sean expresamente objeto de una regulación legal. Las que no están sujetas a la ley, están normadas por las costumbres. Donde todavía no puede haber la norma de la costumbre, hay un vacío.
Al intentar iluminar los problemas concretos de la biomedicina, el manejo ambiental y la informática, los filósofos han confiado primordialmente en los textos clásicos de la teoría moral, tales como la Ética a Nicómaco de Aristóteles; Los fundamentos de la metafísica de las costumbres de Kant, y
Utilitarismo de John Stuart Mill. Estos textos están desprovistos de referencias explícitas a la tecnología.
Sin embargo, les procuran los puntos de partida y los principios fundamentales, de modo que lo que se conoce como “ética aplicada” es resultado del intento de adaptar los análisis clásicos de la filosofía de la moral a los asuntos técnicos.
Surgen problemas acerca de la confiabilidad de los programas computacionales, acceso democrático, uso ético de la información, etc. Pero no ha habido, por parte de los profesionales de la computación abocados a detectar estos problemas, un examen más sistemático de por qué dichos cambios en la tecnología levantan cuestiones éticas.
Los medios de comunicación electrónicos y su influencia sobre las conciencias alteraron los marcos de discusión, levantando al mismo tiempo la discusión acerca de cómo estos medios gravitan en las decisiones públicas y en el proceso democrático.
(Texto elaborado por encargo de la Unidad de Currículum y Evaluación, del Ministerio de Educación, para el presente programa de Formación General en Filosofía).

La sexualidad humana

La sexualidad es una dimensión fundamental de nuestro ser personal. Esta se desarrolla a lo largo de toda nuestra vida, por lo que decimos que es dinámica. Además de los aspectos biológicos y psicológicos, los factores socioculturales tienen un papel muy importante en esta transformación; su influencia puede ser positiva y propiciar el desarrollo íntegro, pleno, de la persona, ser un vehículo de crecimiento y expresión personal, o por el contrario, restringirlo y coartarlo.

A diferencia de lo que muchos piensan, la sexualidad humana no sólo abarca las relaciones sexuales, los contactos eróticos y la reproducción. Está vinculada con casi todas las áreas de la vida y, por lo mismo, su aceptación y sana vivencia influyen positivamente en la vida general de la persona. La sexualidad es sólo un elemento esencial de nuestro desarrollo y de nuestra identidad. Ella constituye una forma de expresión de nuestro ser y de nuestros sentimientos más íntimos y una forma y un proceso de comunicación. En la vivencia de la sexualidad ponemos en juego los valores que están en la base de nuestro proyecto de vida.

El ser humano es un todo cuyas partes interactúan; la sexualidad es una de ellas y por eso es necesario entenderla de una manera global y como un aspecto inherente a la persona. No es posible aislarla del resto del individuo, ni entenderla como privativa de las personas que mantienen relaciones sexuales coitales.

La sexualidad supone, expresa y participa del misterio integral de la persona. De allí que no se la pueda entender desde una visión reduccionista. Su carácter integral y plurivalente es un rasgo específico y característico. Por ello es necesario aproximarse a su comprensión considerando las distintas dimensiones que la componen:

Dimensión biológica: las diferencias entre el varón y al mujer se imponen por una serie de caracteres morfológicos, sin embargo la distinción biológica entre el hombre y la mujer es mucho más compleja que la configuración descriptiva de la genitalidad. De tal modo que el sexo biológico contempla 5 categorías básicas: la configuración cromosómica; el sexo gonádico; el sexo hormonal, la estructura reproductiva interna y la genitalidad.

Dimensión psicológica: la sexualidad en el ser humano no se limita a ser una “necesidad” (dimensión biológica), sino que se expande en el camino del deseo (dimensión psicológica) llegando a ser vivencia y comportamiento sexual humano. La dimensión psicológica introduce el sentido en la sexualidad humana;. Entre las categorías que incluye esta dimensión está la identidad sexual y el desarrollo sexual.

Dimensión sociocultural: el ser humano es un ser cultural también en su sexualidad; porque tiene una historia, es una historia y construye historia. La tradición la alcanza en la cultura en que vive. Se hace parte de esa historia cuando la asume conscientemente y construye su historia cuando asume la responsabilidad personal y colectiva como ser social frente al momento presente. Existen una serie de espacios y canales de socialización de la sexualidad humana. Entre los más importantes están la familia de origen, la escuela, el grupo de pares, la religión, las normas sociales, los medios de comunicación.

Dimensión ética-filosófica: La sexualidad no es un concepto “abstracto”, la sexualidad se vive, se pone en acción y se juega en las experiencias de la vida diaria, en lo cotidiano. La dimensión ética parte de la noción de la persona, hombre y mujer, como valor en sí misma. Esta va asumiendo a lo largo de su vida diversos valores y se convierte, por lo tanto, en una portadora de ellos, los cuales también jerarquiza a la luz de sus experiencias y vida personal. Constantemente está revisando sus valores y replanteándose su jerarquía, lo que lleva a conformar su conciencia. La ética se convierte así en el contexto valorativo que orienta el ser y el actuar de la persona. Desde allí hace sus opciones y le da un sentido a su vida. En el plano de la sexualidad es justamente la dimensión ética la que en última instancia define cómo va a ser esta vivencia en el individuo. Esto quiere decir que los valores asumidos por la persona se ven reflejados en sus actitudes, sentimientos y comportamientos respecto de lo sexual.

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