Kant Ejemplo lo sublime terrible
Alumn@s llevar impreso este texto para el día lunes 23 de agosto ó martes 24 de agosto según corresponda el curso.
Atte.
Lorena Leiva Cabrera
Voy a presentar un ejemplo del terror que puede infundir la descripción de una completa soledad, entresacando algunos trozos del sueño de Carazán, en el Bremer Magazín, tomo IV, pág. 539.
A medida que sus riquezas crecían, este rico avaro había cerrado su corazón a la piedad y al amor por sus semejantes. Con todo, según iba en él enfriándose la filantropía, aumentaba la diligencia de sus oraciones y de sus actos religiosos. Después de esta confesión, continúa hablando de esta suerte: «Una noche que hacía mis cuentas a la luz de la lámpara y calculaba las ganancias, me dominó el sueño. En tal estado vi venir sobre mí al ángel de la muerte como un remolino, y, antes de que pudiese evitar el terrible choque, me golpeó. Quedé entonces pasmado cuando me di cuenta de que mi suerte estaba echada por la eternidad, y que nada podía añadir a lo bueno que había realizado, y nada sustraer a todo lo malo por mí cometido. Fui llevado ante el trono de aquel que habita en el tercer cielo. El resplandor que ante mí llamaba, me habló de este modo: «Carazan, tu culto a Dios es rechazado. Cerraste tu corazón al amor humano y guardaste tus tesoros con mano de hierro. Has vivido sólo para ti mismo, y sólo has de vivir, por tanto, en adelante por toda la eternidad, sustraído a todo contacto con la creación entera.»
En este momento fui arrastrado por un poder invisible a través de las brillantes construcciones de la creación. Mundos innumerables quedaban tras mí. Cuando me acercaba al término más extremo de la naturaleza, noté que las sombras del infinito vacío se hundían en lo profundo, huyendo de mí. ¡Un terrible imperio de calma eterna, soledad y tinieblas! Ante tal espectáculo, un terror inexpresable cayó sobre mí. Poco a poco fueron desapareciendo a mi vista las últimas estrellas, y, por último, se extinguió el postrer resplandor vacilante de la luz en las tinieblas extremas. La angustia mortal de la desesperación crecía en mí a cada momento y a cada momento aumentaba también mi alejamiento del último mundo habitado. Pensaba, presa el corazón de insufrible angustia, que cuando cientos de miles de años me hubiesen conducido más allá de los límites de todo lo creado, miraría siempre ante mí el inacabable abismo de las tinieblas, sin auxilio o sin esperanza de retorno. En esta confusión, tendí mis manos a la realidad con tal energía, que me desperté. Ahora he aprendido a tener en mucho a los hombros; aun el más insignificante de aquéllos, que en el orgullo de mi felicidad había rechazado de mi puerta, lo hubiese preferido en aquel espantoso desierto a todos los tesoros de Golconda.
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