jueves, 9 de septiembre de 2010

La abducción - Jaime Nubiola

Alumn@s estos textos deben venir impresos y leídos para el jueves 16 de Septiembre. (Problemas del Conocimiento)


Atte. Lorena Leiva Cabrera
 

La abducción

Jaime Nubiola



“La teoría de la abducción de Charles Peirce” –escribió Percy– “es una estrategia válida y posiblemente útil para aproximarse al lenguaje como fenómeno” (Percy 1976: 320). Efectivamente, una de las aportaciones más originales de Peirce –ha destacado Gonzalo Génova (1996: 22)– fue la de desvelar que, además de los modos de inferencia tradicionales, deducción e inducción, hay un tercer modo, o mejor, un primer modo, al que llamó abducción o retroducción. La abducción es el proceso mediante el cual se engendran nuevas ideas, las hipótesis explicativas y las teorías, tanto en el ámbito científico como en la vida ordinaria. “La abducción –ha escrito Sara Barrena– es un razonamiento mediante hipótesis, es decir, mediante la explicación que surge de modo espontáneo al ponderar lo que en cada circunstancia nos ha sorprendido” (Barrena 1996: 33). La inferencia abductiva hace plausible un hecho sorprendente al considerarlo hipotéticamente como el resultado de aplicar una regla determinada a un caso concreto (Castañares 1994: 146).

La deducción explora las consecuencias lógicas de los enunciados, la inducción trata de establecer hechos, pero ambas –escribe Peirce – “no contribuyen con el más mínimo elemento positivo a la conclusión final de la investigación” (CP 6.475, 1908). Es la abducción la que introduce la novedad, la que amplía nuestro conocimiento por medio de teorías explicativas a partir de los hechos.



La abducción no es una mera ‘operación lógica’, sino que desde un punto de vista semiótico es más bien aquella actividad espontánea de nuestro entendimiento que nos hace familiar lo extraño dando razón de lo que nos ha sorprendido. De los diversos tipos de abducción, Percy tiene interés para explicar el fenómeno del lenguaje en la abducción que da cuenta de los hechos en virtud de la propia simplicidad y economía del modelo explicativo (Percy 1976: 321). Para Percy la conducta nominativa habitual tanto en niños como en adultos por medio de la que nos familiarizamos con las personas y con las cosas por complejas que sean es la conducta humana por antonomasia. Esta conducta puede ser entendida como una inferencia abductiva habitual por la que aunamos vivencialmente experiencias y significaciones en los nombres.

Otro rasgo llamativo de la abducción es su carácter creativo. “La abducción concede al sujeto un máximum de libertad para explicar verosímilmente lo inexplicable” (Castañares 1994: 153-154). Quizá esto se advierta mejor al prestar atención al musement, que es la experiencia peculiar en la que tiene su fuente la creatividad humana. Peirce caracteriza el musement como un puro juego desinteresado, que no tiene objetivos, que “no envuelve otro propósito fuera del de mantenerse apartado de todo propósito serio”. Tampoco posee ninguna regla, “excepto la pura ley de la libertad” (CP 6.458, 1908). El musement es un dejar libre a la mente, que va de una cosa a otra: Sube al bote del musement, empújalo en el lago del pensamiento y deja que la brisa del cielo empuje tu navegación. Con tus ojos abiertos, despierta a lo que está a tu alrededor o dentro de ti y entabla conversación contigo mismo; para eso es toda meditación. (CP 6.461, 1908).

Para todos quienes me escucháis resulta quizá obvia la conexión entre la abducción científica y la creatividad literaria, que ha sido certeramente estudiada por Douglas Anderson (Anderson 1987), Pero lo que quiero destacar en esta ocasión es la conexión entre la abducción y la actividad lingüística ordinaria, con el hablar, el escribir y el comunicarnos. El hablar o el escribir más comunes y vulgares son casi siempre formas o procesos de abducción: Al mirar por mi ventana esta hermosa mañana de primavera –escribió Peirce en 1901– veo una azalea en plena floración. ¡No, no! No es eso lo que veo; aunque sea la única manera en que puedo describir lo que veo.

Eso es una proposición, una frase, un hecho; pero lo que yo percibo no es una proposición, ni una frase, ni un hecho, sino sólo una imagen, que hago inteligible en parte mediante un enunciado de hecho. Este enunciado es abstracto, mientras que lo que veo es concreto. Realizo una abducción cada vez que expreso en una frase lo que veo. La verdad es que todo la fábrica de nuestro conocimiento es una tela entretejida de puras hipótesis confirmadas y refinadas por la inducción. No puede realizarse el menor avance en el conocimiento más allá de la mirada vacía, si no media una abducción en cada paso. (MS 692). Es cierto que al hablar o al escribir no advertimos que abducimos, pero también lo es que “para hablar no es necesario comprender la teoría de la formación de las vocales” (CP 4.242, c.1903), y que de ordinario los usuarios del lenguaje desconocemos las leyes fisiológicas o lingüísticas trabajosamente descubiertas por los especialistas de los diversos campos. La inferencia abductiva nos resulta tan transparente, tan simple y connatural que no la advertimos.



Jaime Nubiola, Universidad de Navarra, en http://www.unav.es/gep/AN/Nubiola.html

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